Recuperar la dignidad: la historia de Astou.

Recuperar la dignidad: la historia de Astou.

Recuperar la dignidad tras 20 años de fístula obstétrica

Astou tenía 20 años cuando su vida dio un giro inesperado. En aquel momento, estaba casada y esperaba su primer hijo. Tenía una familia unida que la apoyaba y formaba parte de su comunidad en Senegal. El futuro le deparaba alegría y promesas.

Pero cuando se despertó tras una cesárea de urgencia, Astou se dio cuenta enseguida de que algo iba mal. El extenuante parto le había causado lesiones internas y le había provocado una fístula obstétrica.

Según la Organización Mundial de la Salud, se calcula que 2 millones de mujeres jóvenes viven con fístula obstétrica en el África subsahariana y Asia. Aunque las fístulas pueden prevenirse en gran medida con una atención obstétrica a tiempo, la curación adecuada suele requerir cirugía.

Como no podía permitirse una intervención quirúrgica, Astou vivió con la fístula -que le ocasionaba pérdidas de orina- durante 20 años. Por desgracia, Astou también perdió a su bebé durante el parto difícil. «Me quedé en cama durante un mes, y no podía levantarme ni hacer nada más», recuerda el inmenso dolor.

Los desafíos de la fístula obstétrica

El primer marido de Astou la abandonó poco después, cuando se dio cuenta de que las pérdidas de orina no iban a parar. No pudo seguir trabajando como asistenta doméstica, así que tuvo que volver a casa de sus padres.

En muchos casos, las mujeres con fístula como Astou suelen ser rechazadas y abandonadas por sus comunidades porque se las considera sucias.

Pero a pesar del rechazo de su marido, la familia de Astou estuvo a su lado. Aunque no podían permitirse conseguir ayuda médica para Astou, le proporcionaron apoyo emocional.

«Mi familia se apiadó de mí, nadie me rechazó ni me dijo nada que no me gustara», recuerda Astou.

Pero incluso con una familia que la apoyaba, la enfermedad limitaba la vida social de Astou. Se aislaba por miedo a tener pérdidas y a oler mal.

Perderse la boda de su hermana y esconderse de los invitados fue especialmente doloroso para Astou. «El día de la boda me encerré en la habitación. Le dije a mi familia: ‘no les digas dónde estoy, diles que no estoy'».

Perderse acontecimientos sociales y reuniones familiares es habitual para las mujeres que sufren incontinencia. Especialmente en África es muy solitario porque las conexiones sociales son muy valoradas en la mayoría de las comunidades. Esta desconexión de la comunidad conduce a un mayor aislamiento.

El amor y la esperanza florecen

Durante un acontecimiento familiar, conoció a Mamadou, y la esperanza volvió a florecer. Cuando él manifestó su interés por casarse con ella, ella le habló inmediatamente de su enfermedad, esperando que se retractara.

«Eso no me impedirá casarme contigo y hacer todo lo que pueda para que recibas atención médica», respondió él.

Tras su boda, Mamadou -agricultor y empresario- cumplió su promesa y empezó a ahorrar para llevarla al hospital. Un médico local confirmó que su estado era tratable, pero que requeriría cirugía.

Una vez más, la falta de medios económicos fue un obstáculo en su camino hacia la sanidad.

Así que los recién casados esperaron y esperaron. Durante este tiempo, también dieron la bienvenida a un pequeño milagro: su hija.

Entonces oyeron en la radio que Naves de Esperanza venía a Senegal para ofrecer operaciones gratuitas.

Mamadou y Astou acudieron a la cita, al principio sólo en busca de tratamiento para el bocio de Astou, un bulto inflamado en la tiroides que llevaba 10 años creciendo. Pero al saber que la fístula obstétrica era tratable, Mamadou se atrevió a preguntar si podían operarla también de eso. Había visto a su mujer llevar ella sola durante años la carga de una enfermedad que no se veía.

La noticia fue más de lo que podían esperar: Astou sería operada de ambas afecciones, la visible y la invisible.

Sanidad en el buque hospital Africa Mercy®

A los 40 años, Astou fue operada de fístula junto con otras 13 mujeres, muchas de las cuales también habían pasado años buscando ayuda. Pasó unas semanas recuperándose en las salas del hospital, rodeada de otras mujeres que podían identificarse con su viaje. «Cuando estaba en el barco, conocí a mujeres que tenían las mismas enfermedades que yo y que no creían que alguna vez estarían sanas», cuenta.

La enfermera voluntaria Rachel Cooper, de Estados Unidos, fue una de las enfermeras que atendió a Astou. No pudo evitar notar cómo Astou cobraba vida tras la operación.

«Al principio se mostraba reservada, lo que es habitual en la mayoría de nuestros pacientes, que vienen con la mirada gacha o los hombros un poco caídos. Y se podía ver que había mucha vergüenza envuelta en ser una mujer que perdía orina por una fístula obstétrica. Pero a medida que avanzaba su tratamiento, vi que se animaba».

Astou también sintió el cambio en sí misma, especialmente durante la Ceremonia del Vestido, una celebración en la que las mujeres curadas reciben ropa nueva y bonita.

«Después de la operación, cuando me miré, sentí que ya no era como antes», se maravilló Astou.

Unos meses después, volvió al hospital para que le extirparan el bocio. Tras el éxito de la operación, sus pensamientos se centraron inmediatamente en nuevos comienzos.

«Estoy deseando volver a casa con mi marido y mi hija sanos. Estoy lista para volver a mi granja sin miedo a ponerme enferma y dejar de trabajar», afirma.

Mamadou cree que la transformación de Astou va más allá de lo físico. «Desde que recibió tratamiento, es libre y feliz. Puede salir y también recibir a quien quiera en casa con felicidad y llena de alegría».

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